Una vez, al terminar mi presentación ante un público de menos de 40 personas, en un lugar pequeño, acogedor, íntimo, me di el permiso de quedarme sentado, mirando a la gente, disfrutando el momento. Fue un espectáculo en el cual fui sorprendido por la presencia de varias personas importantes para mí. Una de esas personas es mi amiga la Dra. Sarah Del P. Rivera. Mientras repasaba mi mirada hacia las personas que seguían disfrutando el momento, Sarah me miraba, con la misma curiosidad que yo miraba a la gente.
Ese día, como suele suceder, pasó de todo. La gente sonrió duro, lloraron bajito, recordaron, algunos en silencio y otros a carcajada. Para ese tiempo, yo sabía que esa intensidad de sensaciones ocurría con frecuencia en mis presentaciones. Pero, honestamente, no me sentía seguro de entender completamente cómo lo hacía o las razones concretas para que ocurriera.
Sarah, que es una persona muy sabia, se me acercó y me leyó la mente (cosa que hace muy bien y que en ocasiones me asusta). Me dijo “te estás preguntando por qué la gente se va en el viaje contigo y pueden reír y llorar en un mismo espectáculo”. Sí, eso mismo era lo que pasaba por mi mente.
Con su sonrisa conspiradora, me dijo… “es el espejo, Eliud… tu trabajo es un espejo para mucha gente”. Fue un gran descubrimiento para mí. A partir de ese momento, además de entender, sentí responsabilidad ante ello. Es un elemento que trabajo formalmente en mis presentaciones. Pienso en ello, reflexiono, planifico. No quiero que sea un accidente.
Quiero que la gente se sienta segura, que sienta bonito, aunque ese bonito signifique llorar en algún momento, hasta sanar en otros. Soy eso, soy reflexión, aventura, sentimiento, alegría y nostalgia… un espejo con el cual identificarnos.
Como, simplemente, ¡¡¡es la vida!!!
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